En un rincón del bosque sombrío y verde,
una ardilla fea se esconde con timidez,
su pelaje desaliñado y aspecto singular,
no es belleza convencional, es verdad.
Sus ojos chispeantes muestran la astucia,
en su nariz respingona, hay una dulzura,
sus patitas torpes, siempre en movimiento,
explorando el mundo, sin miedo ni lamento.
Aunque no brille como las estrellas en el cielo,
la ardilla fea tiene su propio y único anhelo,
correr entre las hojas, saltar de rama en rama,
viviendo su vida sin preocuparse de la fama.
En su imperfección, encuentra su encanto,
una criatura singular que desafía el encanto,
porque la belleza no reside en lo común,
sino en la autenticidad de cada ser bajo el sol.
Así que aquí está la ardilla, no convencional y rara,
una lección en cada gesto, en cada mirada,
nos recuerda que la belleza es diversidad,
y en la singularidad, encontramos la verdadera felicidad.