Había una vez un tiempo en el que solíamos abrazarnos con la frecuencia de las olas que acarician la playa. Tus brazos eran mi refugio, y los míos, tu refugio. Era un lugar donde el tiempo se detenía y el mundo exterior se desvanecía en segundo plano.
Nuestros abrazos eran más que gestos físicos; eran un lenguaje silencioso que hablaba del amor y la conexión que compartíamos. En esos momentos creamos nuestro propio universo, sentía que el mundo estaba completo y que nada más importaba. Tus latidos eran la música que me hacía sentir vivo.
Pero, como todas las cosas en la vida, todo cambió. El tiempo implacable nos llevó por caminos diferentes. Las circunstancias nos llevaron lejos uno del otro, geográfica y emocionalmente. Nuestros abrazos se volvieron una memoria lejana, un sueño que parecía inalcanzable.
A menudo, me encuentro mirando el cielo nocturno y deseando que estuvieras aquí, en mis brazos, bajo las mismas estrellas que solíamos contemplar juntos. Extraño sentir tu calor, tu aliento, tu piel contra la mía. Extraño esa sensación de completitud que solo tú podías traer a mi vida.
Pero sé que las estaciones cambian, las mareas suben y bajan, y la vida nos lleva por senderos desconocidos. Aunque extrañe esos abrazos, también entiendo que son solo una parte de la rica tapestrya de la vida. A veces, el amor se expresa de formas diferentes, a través de palabras, acciones y momentos compartidos.
Así que aquí estoy, con el recuerdo de esos abrazos grabados en mi corazón, agradecido por haberlos experimentado. Quizás, en algún momento en el futuro, nuestras vidas se crucen nuevamente, y esos abrazos puedan volver a ser una realidad. Hasta entonces, guardaré ese recuerdo con cariño y seguiré adelante, sabiendo que el amor nunca se pierde por completo, solo cambia de forma.